Koi es una puma adulta del noroeste de Santa Cruz a la que le pusieron un collar satelital para seguirla y aprender de su vida. El recorrido que hizo desde su lugar hacia la costa atlántica, y su vuelta a su lugar, sorprendió al equipo del Programa Patagonia de Rewilding Argentina. Ahora intentan saber por qué o para qué hizo el viaje.
La hazaña de Koi sorprendió incluso a quienes llevan años monitoreando a la especie. Y es que, el collar de la hembra seguida por el equipo de Parque Patagonia, que estudia el comportamiento, los desplazamientos y la ecología del puma en la región noroeste de Santa Cruz, marcó un trayecto de más de 400 kilómetros desde la precordillera hasta el mar, ida y vuelta.
Koi cruzó campos fiscales y privados, rutas y zonas productivas hasta alcanzar el Atlántico. Y después —contra todas las probabilidades— volvió. Regresó a su territorio original, en la meseta del noroeste, desde donde continúa siendo monitoreada.
“Fue una sorpresa total. Un movimiento de esa magnitud no es común, y mucho menos en un ejemplar adulto”, explica José, integrante del equipo de conservación que la sigue desde hace tiempo. “Los pumas suelen dispersarse en su juventud, pero Koi ya tenía su área de acción establecida. Su decisión de ir al mar y volver es algo que todavía estamos tratando de entender”.
José agrega: “Su trayecto confirmó algo fundamental: los pumas no se mueven solo dentro de los parques. Usan todo el paisaje, incluso en zonas con presencia humana”.
El caso de Koi es parte de un programa de seguimiento a largo plazo que desde 2018 se desarrolla en el Parque Patagonia. Con cámaras trampa, collares GPS en adultos, collares VHF en cachorros y caravanas solares en juveniles.
“El objetivo es comprender el valor ecológico del puma como depredador tope”, cuenta la bióloga Mariana Aguas, integrante del equipo científico. “Conocer sus patrones de movimiento, su comportamiento reproductivo, las causas de mortalidad y el uso que hacen del territorio nos ayuda a diseñar estrategias de conservación más ajustadas al contexto de la estepa”.
Los datos recabados en estos años revelan una dinámica compleja. Las hembras tienen áreas de acción promedio de más de 36.000 hectáreas, mientras que los machos superan las 113.000, con más de la mitad de ese rango fuera de las áreas protegidas. “Eso nos obliga a pensar la conservación más allá de los límites de un parque”, señala Mariana. “La coexistencia con las actividades humanas es clave para que el puma siga presente”.
Cómo se estudia a un puma: ciencia en movimiento
La tarea de monitoreo y seguimiento de especies combina tecnología, seguimiento en campo y mucha paciencia.
A los adultos se les colocan collares GPS con VHF, que registran una ubicación cada tres horas y permiten seguir sus movimientos casi en tiempo real. Las crías llevan collares más livianos, que se desprenden solos a medida que crecen. Y los juveniles —de al menos seis meses— pueden ser marcados con caravanas GPS en las orejas, que se recargan con energía solar.
También se usan cámaras trampa, ubicadas en sitios estratégicos para detectar pasos frecuentes, observar comportamientos maternos o registrar animales que podrían ser marcados. Y cada agrupamiento de puntos del GPS se analiza con recorridas en terreno: se buscan huellas, fecas, pelo, camas, restos de presas. Cada dato ayuda a reconstruir una historia.
“Este tipo de monitoreo continuo —explica Mariana Aguas— nos permite detectar patrones de actividad asociados a cambios estacionales, reproducción, dispersión o presión humana. También nos da información sobre dinámicas poblacionales y estrategias de conservación adecuadas al territorio”.
Gracias a esta red de seguimiento, fue posible detectar que Koi había salido de su territorio. Y también verla volver.
¿Cómo usan el territorio los pumas?
En el Parque Patagonia, el monitoreo con collares GPS a 32 ejemplares adultos permitió reconstruir con precisión sus áreas de acción. “Las hembras tienen un área promedio de 36.043 hectáreas y los machos superan las 113.000”, detalla Mariana.
Solo un 41% de ese territorio está dentro del parque. El resto se extiende sobre campos vecinos, lo que evidencia —según Mariana— que “la conservación de la especie tiene que ir más allá de los parques nacionales y reservas privadas para permitir la tolerancia y coexistencia de estos depredadores en la región”.
Los machos cubren espacios más amplios en busca de múltiples parejas reproductivas. Las hembras, en cambio, tienden a áreas más estables, aunque “hemos tenido múltiples hembras adultas con cachorros compartiendo gran parte de su área de acción dentro del Parque”. La abundancia de presas nativas, como el guanaco y el choique, también juega un rol importante en esa distribución.
El caso de Koi no es solo un hecho curioso: suma conocimiento clave sobre cómo viven los pumas en esta región y qué necesitan para sobrevivir en libertad.
Koi sigue con su collar. Mientras tanto, su historia ya trasciende los gráficos y mapas: se volvió símbolo de una especie que aún conserva el impulso de recorrer, explorar y volver.
“Cada caso como el de Koi nos ayuda a conocer mejor cómo viven los pumas en esta región, y cómo podemos protegerlos. Porque conservar una especie como esta no se trata solo de protegerla dentro de un parque, sino de garantizar que pueda existir en el paisaje completo”, dice José.
Agencia El Rompehielos
0 comments